martes, 19 de noviembre de 2013

19

Nunca pensé que los olores pudiesen echarse de menos, pero llegó el día que al levantarme ya no olía a café, ese amargo olor, su amargo olor. Fueron muchas las cosas que dejamos atrás pero no precisamente el uno por el otro. El frío de las mañanas se me clavaba en las entrañas y ya no estabas para abrazarme, ya no estabas para colocarme el pelo ni para ver mi última sonrisa al salir por la puerta. Recuerdo que decidimos enamorarnos en la azotea, donde el alcohol y las estrellas formaban parte de nuestro mundo de felicidad y, ahora, me dueles en la espalda, en la garganta y cada vez que respiro el vacio entra en mi pecho llenando el espacio donde ya no estás. 

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