domingo, 12 de enero de 2014

Oía como a través de la habitación se colaba la asombrosa melodía la cual mi vecino, que parecía tan interesante pero a la vez tan reservado, hacía sonar con las maravillosas cuerdas de su guitarra azul. Y cuando digo azul, no me refiero a cualquier tipo de azul, era un azul mágico, un azul que con solo mirarlo conseguías perderte en lo más profundo del océano y te transportaba a una extraña sensación de paz que nunca había logrado experimentar. Cada vez que salía del piso doce yo me acercaba a la ventana para poder ver su maravillosa sonrisa y su pitillo a medio encender, impreganaba las paredes de mi casa con un suave aroma a café y a tabaco barato, sin embargo a mi me parecía uno de los aromas más espectaculares del mundo pero, si tenía que quedarme con algo de él no era ni con su boca, ni con su pelo y ni incluso con las tímidas sonrisas que me dedicaba cada vez que nos cruzabamos en el pasillo sino con sus ojos, sus ojos eran los más bonitos que había visto en mi vida, al igual que su guitarra eran azules, un azul que nunca antes
había visto, un azul que cada vez que te perdías en ellos el aire se te escapaba de la garganta como si fuese tu último suspiro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario