lunes, 2 de diciembre de 2013

¿Dónde estarán los besos?

Tal vez haya sido la taza de café que me he tomado esta tarde lo que consigue mantenerme despierta o tal vez sea el recuerdo de tus brazos abrazándome, como si ellos estuviesen hechos para mi cuerpo y yo estuviese hecha para ellos. Comencé a pensar que la felicidad podía ser allí, entre el hueco de sus paletas y entre su melena desgreñada. Quería poder sentarme en la mesa de aquel bar a escucharlo cantar toda la vida pero eso era demasiado pedir, su guitarra y su boca estaban hechas para mí y por una noche eran totalmente mias. Sus canciones me invitaban a vivir la vida, pero yo no quería empezar a vivir si su sonrisa no me despertaba cada mañana, si no podía volver a sentir su pelo entre mis dedos y si sus caricias  no recurrían mi espalda. Recuerdo que discutíamos mucho, pero con él discutir no era igual que con otros, los dos sabíamos que siempre acababa mejor de lo que empezaba, la primera vez que lo vi sabía que iba a enamorame de un idiota y, aún así, me enamore de él sabiendo que aquel idiota iba a ser lo mejor que me pasase en la vida, invierno tras invierno nos acurrucarnos en el sillón abrazándonos fuerte, tan fuerte que parecía que no quisiesemos separarnos jamás. Todos los sábados, nada más despertarse, se vestía con sus viejos vaqueros, preparaba café y comenzaba a escribir canciones como si pudiese salvar el planeta cantando. No sabía si eran sus besos o los tripis pero tenía claro que lo que hizo que me enamorase de el fueron sus ganas de vivir y puede que también su sonrisa, que era la más bonita que había visto en toda mi vida y ahora... Salir, beber, el rollo de siempre, meterme mil rallas, hablar con la gente, llegar a la cama y, joder, qué guarrada sin ti. 

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